INTRODUCCIÓN:

Se podrían escribir cientos, miles de líneas, incluso libros enteros y detallados tratando de recopilar y ordenar los sucesos derivados del impacto real (e imaginario) que el título que nos ocupa tuvo, tanto en los jugadores aficionados a las salas recreativas como en aquellos que lo disfrutamos en la tranquilidad de nuestro hogar. Echando la vista atrás, se podrían decir cosas como que fue algo excesivo, que cambió incluso la dirección del mundo de los videojuegos, o que marcó el momento clave en el que los aficionados un pasatiempo tan inocente como los videojuegos comenzaron a insensibilizarse. Sin embargo, a pesar de lo mucho que se habló en su momento, sigo pensando que tales afirmaciones son algo exageradas (tal vez salvo la segunda…), porque Mortal Kombat fue y sigue siendo algo mucho más sencillo que todo eso: un videojuego de lucha que quiso llevar un paso más allá el tema del realismo.

Y John Tobias y Ed Boon sabían a lo que se exponían, vaya si lo sabían, pero creo que ni en sus más abiertas previsiones fueron capaces de imaginar la que iba a liar su nueva creación. No fue el primero videojuego en el que quienes se enfrentaran a él descubrirían violencia, pero sí uno de los más explícitos con ella. Videojuegos como Death Race (Atari 2600, 1976) o Chiller (Arcade, 1986) plantaron las semillas en este aspecto, especialmente este último, en el que debíamos torturar hasta la muerte a personas sometidas en una cámara de tormento. Sin embargo, y hasta la llegada de joyas como Doom o Carmaggedon, pocos juegos se regocijaron con la sangre como lo hizo Mortal Kombat en su primera aparición en salas recreativas. Su llegada a las consolas provocaría poco después, por sí sola, la creación de un sistema de clasificación recomendada por edades.